18 oct 2009

El joven y la luna.

La luna llena arriba, iluminando el coche. El radio prendido, dándole ritmo a sus pensamientos. El joven con las manos en el volante, el Motor apagado. En el espejo retrovisor las luces de los coches que se acercan por detrás. Con un dedo lleva el ritmo. Las ventanas cerradas, el frío exterior no tiene razón para entrar. "Que no se enfríe mi cara". Los pómulos duelen y los labios se resecan. El joven piensa en la luna, y evita verla. Si tan solo moviera su cabeza hacia adelante, a unos centímetros del volante, y abriera sus ojos observando el cielo vería la luna. Pero él quiere verla dentro de su cabeza. Formarla. Girarla. Iluminarla y oscurecerla. El dedo que dentro del coche golpea el volante, dentro de su cabeza acaricia la luna. Hace unos días pensaba en el aire. Él formaba corrientes de aire en su cabeza y lo hacía agitar banderas. Enfriaba el aire superior y lo hacía bajar hasta donde arrastraba papeles en el piso y luego los hacía volar. Ahora la luna está calmada en su cabeza. "¿Es un azul muy claro? No, debe ser plateada". Se acerca a ella y busca un cráter, iluminado y sombreado a la vez. No es un color fácil de identificar. El brillo puede cegarlo si mantiene fija la mirada. Fino polvo grisáceo. Destellos plateados.

La luna creció en su cabeza. Ya no puede moverla. Se mantiene iluminada y necesita de toda su fuerza para sostenerla. Respira lento. Su cuerpo concentra la energía para el pensamiento. Se acerca a la luna. Conversa con ella. Le hace el amor. Poco a poco sus manos se sueltan del volante. El peso en los codos ha crecido. Sin darse cuenta relajó los hombros. La luna pesa mucho. El dedo que llevaba el ritmo se detuvo. Respira una última vez sobre la luna. Abre los ojos. Difícil acostrumbrarse a la oscuridad. Baja sus manos cansadas del volante. Arranca el motor. El joven no lo supo, pero la luna también pensaba en él.

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