23 nov 2009

Mi ritmo

Extraño esos años en que leía Manhattan Transfer, White Teeth y Everybody's Pepys en un mes.

16 nov 2009

(a Ray Bradbury)

Desde el mirador de la torre Eiffel vio la mancha verde. No se movía. La gente incluso caminaba sobre la mancha sin darse cuenta, salpicando y marcando con la suela de sus zapatos. Él no supo qué hacer. La reconoció al instante. Esa tonadita al piano llegó a su cabeza. No sabía cómo reaccionar. Por eso cerró los ojos. Por eso respiraba agitadamente. Por eso se aferraba al barandal con tanta fuerza. Y todo eso asustó a la mujer que se le acercó. Primero una mano en su hombro y luego la pregunta obvia: ¿estás bien? Él no supo cómo responder. Pero le enseño con su mirada la mancha verde. Ella ahogó un grito. Se llevó las manos a la boca y buscó con la mirada los ojos del hombre. Luego corrieron al elevador. Encerrados, sin poder comunicar a quienes los acompañaban lo que habían descubierto, se tomaron de la mano. La bajada fue eterna. Antes de que se abrieran las puertas, él tragó saliva, cruzó mirada con ella y apretó más fuerte su mano. Salieron del elevador corriendo, empujando a los turistas que buscabanel mejor ángulo para la foto con el viejo hierro. Se acercaron a la mancha y se sorprendieron de que la gente estuviera tan cerca sin darse cuenta. Sus pasos se volvieron más lentos y su respiración más agitada. La mancha estaba ahí a sus pies. Se podría decir que incluso vibraba y respiraba. Ellos la observaron unos segundos en silencio. Ella luego empezó a rodearla, a caminar alrededor, paso a paso un nuevo pensamiento. Él miró alrededor y no notó peligro alguno. Niós persiguiendo pelotas, perros rascándose las orejas, parejas besándose, policías fumando un cigarro. Ella sacó una postal de su bolsa. La partió en dos y un pedazo lo enrolló. Acercó el pequeño tubo de papel hacia la mancha, se detuvo a tan solo unos centímetros. Alzó la cara y observó al hombre, que asintió con la cabeza. Ella introdujo lentamente el tubo al líquido verde, a lo lejos un chillido lastimó sus oídos. Levantó el tubo y el líquido escurrió. Un verde brillante. Ella dejó el pedazo de postal en el líquido y pronto desapareció. La pareja se alejó de espaldas paso a paso. A varios metros de distancia se sentaron y durante varios minutos estuvieron en silencio. Él luego recostó la espalda en el pasto y miró el cielo, sus pensamientos en otro lugar. Ella estaba hipnotizada. Como si observara el fuego en las brasas de una fogata. Un malestar físico atacó a los dos. “Ya no aguanto más”, dijo él. Sin darse cuenta ya estaban caminando en la calle, alejándose del parque, de la torre Eiffel y de la mancha. Se subieron a un camión y no volvieron a pensar en la mancha. Algunos años después, cuando ambos despertaron al mismo tiempo y se dieron cuenta que habían soñado con lo mismo se abrazaron. Y repitieron para consolarse: “Todo va a estar bien”.

9 nov 2009

La Divina Commedia

En su idioma original, para los que entienden. Yo no.