1 oct 2009


Se fundió un foco de mi cuarto y a nadie parece importarle. En total, de los cinco focos que tiene mi cuarto, tres están fundidos. Todavía veo bien con los que tengo. Sufro en la tarde, al anochecer, cuando la luz exterior no sirve para iluminar mi cuarto y el único foco en mi techo no ilumina más que el teclado de mi computadora. Parece que me quisieran correr de mi cuarto a esa hora. "Sal, ve a disfrutar de la tarde." En la noche no importa la poca luz. Mis ojos se acostrumbran. La lámpara que está junto a mi cama no es lo que llamaría una "night-lamp", pero me ilumina bastante bien los libros y cuadernos que uso cuando me recargo en la pared y cruzo las piernas.

Mis actividades nocturnas se han restringido un poco. Ya no puedo hacer algo que necesite de cuidado o precisión. Cortarme las uñas es peligroso, no por el hecho de utilizar objetos filosos, sino porque al salir volando las uñas, es difícil encontrarlas. Antes me sentaba frente a mis libreros y leía los títulos escritos en los lomos de los libros. Ahora tengo que hincarme un metro más adelante de donde lo hacía y observarlos en diagonal, pues mi sombra los cubre.

Tal vez lo peor que puede pasarme es escuchar el molesto zumbido de un mosquito. No puedo verlos con esta luz, y no queda más que prender la luz del pasillo, apagar las de mi cuarto y esperar que media hora sea suficiente para que hayan salido seducidos por la amarilla luz de mi pasillo, al que también ya se le fundieron dos focos.

Tienen toda la razón al llamarme flojo. Es en efecto pereza la causa principal para no cambiar los focos, pero ¿con qué foco lo cambiaría, si no tengo ninguno nuevo? Otra vez viene la flojera. ¿Salir de mi casa solamente porque necesito luz en mi cuarto? No, no es suficiente excusa. Ya compraré uno cuando haya razón suficiente para ir al super. Cervezas, Rancheritos, Yakults... vaya, cosas indispensables.

No hay comentarios:

Publicar un comentario